Ya no camino errante: ahora tejo caminos,
entre almas abiertas y sistemas divinos.
No busco razones en miradas huidizas,
sino ofrezco abrigo en pausas compartidas.
Entre luces y sombras aún habito,
pero aprendí a mirar con propósito infinito.
Las lágrimas ahora riegan semillas de sueños,
y los grises se visten de símbolos pequeños.
La palabra es antorcha, la escucha un cuenco abierto,
y mi danza ya no evade: convoca el encuentro.
Trazo puentes entre el líder y el herido,
entre lo medido y lo aún no comprendido.
Mi brújula es la herida bien transitada,
mi canto un tambor que despierta la mirada.
Ya no temo al abismo que antes temía,
pues la raíz crece justo donde dolía.
Aprendí que la inclusión no es acto, es verbo.
Que la soledad también guarda encuentro.
Que el que camina con verdad silenciosa
es llama encendida, es presencia amorosa.
No cargo más máscaras ni defensas,
solo un espejo limpio donde el alma comienza.
No borro la sombra: la abrazo con calma,
y en ella descubro mi forma, mi palma.
Sonrío al mirar lo que fui y dejé,
sueño al recordar lo que aún forjaré.
Y si el tiempo es camino, yo soy quien lo habita,
con pasos de fuego, y alma bendita.
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