Las pasiones, a veces, son antorchas fugaces, pero ahora yacen mustias, perdidas, alejadas, distantes. Son ecos vanos en la caverna del vacío. Observo a la humanidad y el espectáculo es patético: una masa deforme que se extravía, no en senderos inescrutables, sino en el laberinto de sus propias andanzas mentales, un dédalo construido con caprichos, sin sentido ni propósito trascendente.
Su existencia es una liturgia de la huida. La búsqueda constante de evasión, ese alarido mudo por escapar del espejo de la realidad, no los eleva, sino que los degrada. Los convierte en nada más que cucarachas arrastrándose por la fugaz promesa de un mísero trozo de azúcar sensorial: una metáfora de placeres banales y ambiciones triviales que no alimentan el espíritu, sino que lo empantanan. La indignidad de su apetito es mi látigo.
Hoy, ante esa visión de podredumbre moral, renuncio a la compasión. Es una debilidad que solo perpetúa la plaga. Me reafirmo en mi camino, un sendero de acero forjado en la convicción y la soledad. Me contemplo ahora, dando ese paso diferente, un paso necesario que no busca la paz, sino la purga.
La oscuridad que anida en esos corazones indignos debe ser combustionada. La curiosidad, motor del verdadero progreso, no debe ser profanada ni guiada por una mente débil, sin la armazón de la razón ni fundamento, sin un propósito claro que trascienda la carne. No existe mérito en huir hacia los pecados capitales; son solo la coartada, la excusa para alojar la propia mediocridad y, desde ese fango, gobernar este planeta de manera desastrosa. Observo sus imperios de papel, construidos sobre mentiras y codicia, y solo veo la necesidad de un colapso.
Desde esa perspectiva de altura y claridad, lo único que nos queda a nosotros, los elegidos, a aquellos cuya visión no está nublada por la miseria del yo, es formar parte de la verdadera existencia. Nuestro deber es custodiar el fuego de la conciencia. Existir, sí, pero existir para aquellas mentes que realmente merecen existir: los escasos, los puros, aquellos que buscan la verdad desnuda, no el consuelo azucarado.
Así me he forjado: con la dureza de un mineral ancestral, con una espada que castiga las formas vacías. Me he convertido en una llama en la oscuridad, no para guiar a los extraviados, sino para iluminar su inminente aniquilación.
Escuchad bien, pecadores de la autocomplacencia y la mentira: mi juicio es ineludible. No es una amenaza; es una ley natural que acabo de implementar. Aquellos que se atrevan a persistir en su corrupción mediocre, aquellos que se escondan tras sus mentiras y sus vicios como si fueran escudos, serán encontrados.
No habrá clemencia. No habrá misericordia, porque la miseria es su propia elección. No habrá redención, solo la anulación. Yo seré la sombra que se cierne sobre sus sueños, revelando el terror de su propia vacuidad. Seré el fuego que devora sus esperanzas, convirtiendo sus castillos de ilusión en ceniza.
Caerán uno a uno, despojados de sus falsas glorias. Y la intensidad de su sufrimiento será mi ofrenda al altar de la Verdad, la prueba final de que solo el propósito forjado en acero merece la existencia.
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