martes, 24 de septiembre de 2013

Manecillas Maestras



Sentado en aquella sala donde el color de las paredes desentona con esa oscura y absorbente noche, ese color blanco me recuerda ese pedazo de cielo que he hecho mi fortaleza de pensamientos incesantes, tras levantarme hacia la ventana, la cual descubro de su sedoso velo, me aventuro a observar el poco movimiento remanente que queda en esas frías calles y siento esa sensación de soledad lúgubre recorriendo mi espina.

Sonrió tristemente y observo a la luna plateada desde mi ventana como quien espera que con su halo de luz llegara la tan anhelada respuesta, quedo esperando unos minutos más y siento es desespero brotando de mis ojos, esta noche me siento perdido y ese sonido ensordecedor de aquel reloj dorado empieza a retumbar como quien dice a su propia voz que lo que debo hacer es esperar.

Pienso para mis adentros, qué complejo es dejar el tiempo pasar, entre más te fijas de él, más se aglutina y eterno se hace, y el dolor aumenta, ¿será que tan incomprensible me he vuelto que ya ni yo mismo me soporto?, ¿será que por eso busco tan desesperadamente a alguien para no tener que pensarme?,  lo peor de todo es que no lo sé y entre más lo pienso repaso mis acciones y miro que mi objetivo era hacer lo correcto y a pesar de haber seguido mi código de honor, mis reglas y mis principios, me siento tan completamente vacío que cuestiono nuevamente esas decisiones, como si el latigarme por lo hecho y resuelto fuera hacerme sentir mejor.

Aprieto mis manos, como si así todo se liberara de mi mente, abro mis ojos y observo de nuevo a a la luna esta vez como quien busca un consuelo, y un suspiro rompe el acompasado ritual del reloj, respiro profundamente y acepto que en últimas lo que hice fue lo mejor que pude haber hecho, que cuestionarme no cambiará en nada la situación,  que debo recopilar todo lo que siento, lo que pienso, lo que hice y sus consecuencias en los demás, para poder entender el caso completamente, llegar a una conclusión y como si se tratara de un examen, quedarme con la primera respuesta que viene a mi mente, porque esa es la que viene sin ningún prejuicio o modificación.

Lo que hice ya está, lo que viene no lo conozco, pero si puedo cambiar la actitud del día de hoy, pero necesito un camino, una guía que ilumine mis pasos, yo solo no he podido por completo y por más loable que sea mi camino o mis intenciones es necesario reconocer que necesito ayuda, necesito inspiración. 

Es ahí donde ese grito interno se silencia y nuevamente escucho ese sonido, ese sincronizado compás y posteriormente unas campanadas. Es  justo en ese instante donde lo observo completamente y en donde ese movimiento hipnotizante empieza a hablarle a mi corazón, empieza a decirle que no importa que tan frío este el día o la noche, que tan abrumadora sea la realidad, el movimiento debe continuar, que hay momentos de júbilo cada media hora, unos más intensos que otros, pero que siempre hay que danzar para hacer las campanas sonar.

Ese reloj fue toda la compañía en esa noche y tal vez la única compañía que necesitaba.




4 comentarios:

  1. ¡Excelente!!! Ciertamente, a veces se nos hace cuesta arriba, pero nosotros somos los que debemos hacer sonar las campanillas y ser felices con su sonido.
    Comparto el oro es solo un metal que no te compra lo más importante: vida y felicidad en esta vida. Saludos.

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  2. melancolía en el relato, cuando la soledad se disfraza de reloj
    saludos

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  3. Lo importante es no quedarse en la melancolía, es necesaria para recordarnos que aún tenemos esperanza.

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